|
http://www.lavanguardia.es/inter ... na-deng-xiaopi.html
Por qué quiero y respeto a China
Los chinos saben mostrar su lealtad a las personas que en los momentos difíciles han sabido estar a su lado
El éxito deportivo y organizativo de los recientes Juegos Olímpicos de Pekín, con el reconocimiento unánime de la opinión pública internacional, me anima a compartir con los lectores de La Vanguardia los orígenes y razones sobre mi ya larga relación de amistad con el pueblo chino.
En plena transición democrática, el rey Juan Carlos I me nombró embajador de España en la Unión Soviética y Mongolia, siendo el primer representante español en Moscú tras el restablecimiento de las relaciones diplomáticas con la entonces URSS. No puedo ocultar que este destino me permitió preparar a conciencia las elecciones a la presidencia del Comité Olímpico Internacional (COI) una vez que lord Killanin, el entonces presidente, había anunciado su intención de no presentarse a la reelección.
Moscú vivía un apasionante momento: la ciudad y sus autoridades estaban inmersos en el proceso de organización de los Juegos de la Olimpiada, a celebrar en julio de 1980, y la capital soviética era visitada permanentemente por los miembros del COI para seguir el estado de los trabajos organizativos. Estos contactos con mis compañeros del COI me permitieron compartir con ellos mis futuros planes olímpicos y ganarme su confianza de cara a las urnas. Asimismo, durante este periodo, de forma muy discreta, se iniciaron los contactos con el entonces alcalde de Barcelona, Narcís Serra, planteando la alternativa de que si saliera elegido presidente del organismo olímpico, Barcelona pudiera presentar su candidatura a la organización de los Juegos. Todo se cumplió al pie de la letra. Tras mi elección en la 83.ª sesión del COI, se reanudaron las conversaciones con Serra de cara a conseguir el reto pendiente de varias generaciones: Barcelona, ciudad olímpica.
En mi destino en la embajada de España en Moscú conté con la colaboración, como primer secretario de embajada, de Eugeni Bregolat, entonces un joven diplomático, quien posteriormente desarrollaría una brillante carrera llegando a ser nombrado embajador de España en China en dos ocasiones, algo único en el mundo diplomático. Durante este periodo como representante de España, mantuve una buena relación con otros colegas de países amigos. Recuerdo muy especialmente al embajador de la República Federal de Alemania que años más tarde, en su destino como alto cargo del servicio de información de la RFA, me ayudó notablemente en los difíciles prolegómenos de los Juegos de Seúl en 1988.
Los contactos entre los diplomáticos eran habituales y yo asistía con bastante frecuencia a la sede de la embajada de la República Popular China, en las colinas de Lenin. Las reuniones las manteníamos en una habitación, convenientemente acolchada, para evitar la posibilidad de que las conversaciones fueran captadas por medios de grabación.
En aquellos años, a pesar de que la URSS y China profesaban el ideario comunista, estaban muy alejadas y eran evidentes sus diferencias políticas. Otra particularidad de la sede diplomática china es que se asentaba en un gran terreno y en sus jardines se podían cultivar suficientes alimentos para garantizar su subsistencia en caso de sufrir un bloqueo o un aislamiento como consecuencia de las malas relaciones entre ambos países.
En estas circunstancias empezamos a tratar del ingreso de China en nuestra organización. Los primeros pasos los había dado mi antecesor, el presidente Killanin, aunque las conversaciones definitivas se desarrollarían en 1979. Taiwán no quiso aceptar la solución que le proponíamos: debían cambiar el nombre y pasar a denominarse Comité Olímpico de la China Taipei (TPE, en sus siglas en inglés) mientras que el COI reconocía el nuevo Comité Olímpico Chino. La propuesta, inicialmente, no fue aceptada y Taiwán contrató a un famoso gabinete de abogados de Lausana para recurrir la decisión.
No podía perder esta ocasión histórica y a los cuatro meses de asumir la presidencia, llegamos a un acuerdo de compromiso que no tiene precedentes y que se debió fundamentalmente a la generosidad de los dirigentes de la República Popular China, ya liderada por Deng Xiaoping, el verdadero arquitecto de la nueva China que inició la apertura a Occidente y puso en marcha las primeras reformas económicas. Gracias al sentido práctico del que hacen gala los chinos, se reconocía el Comité Olímpico Chino y se mantenía en nuestra organización al Comité Olímpico China Taipei.
Este acuerdo permitía que la juventud de la isla de Taiwán continuara participando en los JJ.OO. y que las federaciones internacionales siguieran el camino marcado por el COI. Conseguimos que esta posición de convivencia entre la China continental y la China insular se hiciera realidad en el deporte, aunque lamentablemente en la ONU, la Unesco, la Cruz Roja y otras organizaciones internacionales no sea así, y los políticos no hayan sabido seguir el ejemplo de los deportistas.
Tuve oportunidad de agradecerle a Deng Xiaoping, pequeño en estatura física pero gigante en visión histórica, su gran generosidad con motivo de una invitación que me cursó para asistir en 1984 a la tribuna de honor, un lugar emblemático del régimen comunista, presidido por una monumental imagen de Mao, que da paso a la Ciudad Prohibida. Esta tribuna de honor se usa para presenciar las grandes paradas militares que desfilan por la plaza Tiananmen. Mi sorpresa fue mayúscula al comprobar que los únicos invitados occidentales en esta tribuna de honor éramos mi esposa Bibis y yo, tal como certifican los testimonios gráficos.
Alentar el reconocimiento olímpico del deporte chino supondría que la República Popular China pasaba a considerarme un amigo leal. Y enseguida surgiría la ocasión para demostrarlo. En 1984, la URSS alentaba el boicot a los Juegos Olímpicos de Los Ángeles. A pesar de que el ministro de Deportes de la URSS, Marat Gramov, me aseguraba que no estaban por el boicot, la amenaza acechaba. Las conversaciones con George Shultz, secretario de Estado de la Administración Reagan, y con el sempiterno ministro de asuntos Exteriores de la URSS, Andrei Gromiko, conducían irremediablemente al boicot a pesar de mis esfuerzos negociadores.
La situación interna en la URSS, la súbita muerte de Andropov y la llegada al poder de Chernenko no permitían ser optimista. La URSS atizaba el boicot de los países de su área de influencia aunque China, Yugoslavia y Rumanía desafiaron esta medida y sí estuvieron presentes en la cita olímpica. Recuerdo la entrada del equipo chino en la pista del Estadio Coliseum de Los Ángeles, recibido con una ovación atronadora. La misma con la que el público californiano premió la primera medalla de oro obtenida por China en unos JJ.OO. y que entregué personalmente al deportista de tiro con pistola Xu Haifeng, tras superar a un tirador sueco que había ganado oro en Munich.
China, en su primera participación, obtuvo un total de 32 medallas y con su presencia, desafiando el boicot comunista, se ganó el respeto y la admiración de Occidente.
Tras los éxitos deportivos, los chinos empezaron a valorar muy seriamente la posibilidad de albergar y organizar los Juegos en un futuro próximo. El miembro chino del COI, Zhenliang He - a quien considero mi hermano chino-, había sido elegido vicepresidente del COI y se empezó a alentar una futura candidatura de Pekín. Al final se decidieron por aspirar a los Juegos del 2000: querían celebrar con este gran evento la entrada al nuevo milenio. Los dirigentes de la candidatura se movían con destreza y difundían brillantemente su proyecto.
En Barcelona, durante los Juegos, recibí al alcalde de Pekín y una amplia delegación, que me trasmitieron su entusiasmo y la esperanza de lograr la nominación. En la 101.ª sesión, en Montecarlo en 1993, los miembros del COI debían elegir entre cinco ciudades: Berlín, Estambul, Manchester, Pekín y Sydney. La ciudad australiana ganó por sólo dos votos de diferencia y con algunos incidentes que es mejor no recordar. Los chinos acataron la decisión, supieron perder pero no olvidar.
Dejé pasar un tiempo prudencial para insistir en mi propósito: Pekín no debía tirar la toalla y renunciar a organizar los Juegos en un futuro. Así se lo hice saber a Jiang Zemin, proclamado nuevo líder chino en sustitución de Deng Xiaoping. El presidente de la República Popular China se mantuvo firme: no atendió mis recomendaciones y decidieron dejar pasar turno. Pekín no optaría a la cita del 2004, que finalmente se otorgó a Atenas. Mi insistencia no cejaba porque se basaba en una idea fija: el Movimiento Olímpico debía conseguir comprometer a la gran nación china, y a sus más de 1.300 millones de habitantes, en el proyecto olímpico del siglo XXI. Eso nos haría más fuertes.
Durante aquellos años, el mundo observaba el vertiginoso crecimiento de China y cómo el país más poblado del mundo llevaba camino de convertirse en una gran potencia. El propio presidente Jiang Zemin, antiguo alcalde de Shanghai, me informó de sus intenciones: finalmente habían decidido que la capital china, Pekín, aspiraría a organizar los Juegos del 2008.
En la sesión de Moscú, en julio del 2001, me despedía del cargo y fue allí cuando el COI adoptó dos decisiones históricas: la elección de mi sucesor en la presidencia del COI, que recayó en la figura del cirujano belga Jacques Rogge, que está demostrando ser un gran presidente, y pude proclamar la elección de Pekín para organizar los Juegos del 2008 al imponerse en la segunda ronda de votaciones a las otras tres ciudades candidatas (París, Osaka y Estambul) por una amplia mayoría.
Desde el primer día se vio que el camino hacia el 2008 no sería placentero para las autoridades chinas. Los lobbies iniciaron una campaña de desgaste que se extendería durante los siete años de trabajos preparatorios y que no culminaría hasta que el fuego olímpico se apagó en el "nido del pájaro".
La crisis de Darfur y la implicación de China (la República Popular es el país que más ayudas vehicula a África y que realiza mayores inversiones para el desarrollo del continente); la dimisión de Steven Spielberg como asesor de las ceremonias olímpicas; la cuestión del Tíbet (el propio Dalai Lama defendía la celebración de los Juegos); los incidentes en Londres y París durante el recorrido de la antorcha olímpica; las llamadas de algunos políticos al boicot a las ceremonias; el alarmismo mundial creado por los presuntos problemas de contaminación que iban a dificultar la normalidad en algunas pruebas atléticas; los problemas de un tráfico congestionado que impediría la movilidad de los atletas; la falta de libertad de expresión y de acceso a internet; la difusión de que en Pekín no se batirían récords (¡se rompieron 43 récords mundiales y 132 olímpicos!). Todas estas amenazas, afortunadamente, no se han cumplido y el éxito ha hecho callar las voces más alarmistas.
Los Juegos han sido una gran ocasión y un pretexto para que China diera a conocer al mundo su cultura milenaria y para que el pueblo chino conviva y se relacione abierta y libremente con sus huéspedes, disfrutando de lo que en la Carta Olímpica se conoce como "espíritu olímpico". Los Juegos han sido el gran éxito de un pueblo, gracias al compromiso y el aval del Gobierno que no ha escatimado recursos económicos.
Los Juegos de Pekín han sabido ganarse la admiración del mundo, gracias a la simpatía y la cordialidad del medio millón de voluntarios, que se ofrecían ansiosos en acoger a los visitantes. Los Juegos han sido un éxito rotundo que va a resultar muy difícil de igualar en el futuro. Tuve ocasión de expresárselo así al presidente Hu Jintao en el transcurso de la audiencia privada que me concedió.
Será un misterio saber cuánto han costado estos Juegos. Pero qué poco importa ante las instalaciones deportivas como el "nido de pájaro" o el "cubo de agua", auténticas maravillas arquitectónicas. No se trata de un dinero gastado, sino de un dinero bien invertido para consolidar el futuro de una gran nación, que dentro de 15-20 años puede ser la primera potencia del mundo. Nadie pone en duda que China es hoy una realidad incontestable.
El auge económico ha cambiado la estructura social de la población, con la aparición de nuevas clases sociales y la mejoría de la calidad de vida de millones de personas. Todo en China adquiere una dimensión gigantesca y, a veces, resulta de difícil comprensión para los occidentales. Un simple ejemplo avala esta afirmación: ¿puede entender un occidental que el campo de golf de Nanshan, en la ciudad de Yantai, provincia de Shandong, tenga una superficie de 1,3 millones de metros cuadrados con un recorrido de 225 hoyos? O sea, 12 campos de 18 hoyos y 1 de 9.
Los chinos son gente que goza de una gran memoria y que saben mostrar su profundo sentido de lealtad hacia las personas que en los momentos difíciles han sabido estar a su lado. Por ello en estos Juegos, los últimos designados bajo mi presidencia, he podido disfrutar de reiteradas muestras de amistad y cariño que es muy difícil de agradecer con palabras. En mis últimos 30 años, he tenido la ocasión de viajar a China en 29 ocasiones, y la próxima será para asistir el próximo día 7 a la ceremonia inaugural de los Juegos Paralímpicos, representando oficialmente al presidente del Comité Olímpico Internacional. En el transcurso de estos años, he recibido de China muestras de afecto y amistad, y he aprendido a querer y respetar al pueblo chino.
|
中国, 先锋报, 尊重, 萨马兰奇, 西班牙, 中国, 先锋报, 尊重, 萨马兰奇, 西班牙, 中国, 先锋报, 尊重, 萨马兰奇, 西班牙
评分
-
1
查看全部评分
-
|